Mis parábolas médicas: De SUEGRAS y EFECTOS SECUNDARIOS

 Pues, de la presión estoy mejor pero… ¡no aguanto más esas pastillas!.

Así me dispara Rosario a quemarropa en cuanto tiene la primera oportunidad, mientras su estrujado ceño indica que el asunto es serio.

– ¿Cuál es el problema?, ¿de que pastillas me habla?.
– Sí doctor, esa que hace algún tiempo usted me indicó para la presión alta, ¿Cómo se llama?… algo de-pino.
– Bien, aquí veo que en su última visita le indiqué Amlodipino. Le respondo tras revisar su historia clínica.

Se trata de una señora de 74 años, diabética y con una hipertensión arterial que ha sido de muy difícil control. En la consulta anterior debí añadir amlodipina, un excelente medicamento pero que desafortundadamente en muchas personas provoca edema (inflamación) en los tobillos y las piernas. Tal efecto secundario, más evidente en personas con trastornos de la circulación venosa, es molesto y asusta a muchos pacientes pero en realidad no es algo peligroso.

– ¡Esa mismitica doctor!. Pues cuando usted me las indicó, me dijo que quizás me provocase algo de inflamación en los tobillos. Pues así ha sido y no soporto la hinchazón. Creo que esas pastillas no me están haciendo bien y vine para ver si usted me las suspende.

Tras interrogarla y examinarla, veo que solo se trata de flebedema (en este fármaco, un efecto secundario común y casi siempre inofensivo, aunque a veces de cierta magnitud). También confirmo que tras el ajuste, se han logrado cifras óptimas de TA. Sin embargo, la señora está muy angustiada, pues el edema es fácilmente apreciable y varias personas le han sugerido que quizás sea un indicio de “algo peligroso”.
Entonces, ante la demostrada efectividad del fármaco y la poca relevancia del efecto secundario decido echar mano a otra parábola. Una que le ilustre de modo preciso a la paciente sobre la naturaleza banal de la situación y la utilidad de mantener el tratamiento. Ahí voy:

– Rosario, quiero explicarle algo pero se lo voy a contar una historia como ejemplo, así que necesito me escuche con atención:
– ¿…?
– Supongamos que una mujer como Ud. tiene a un buen hombre como esposo. Él es una persona excelente, es trabajador, honesto, fiel y cariñoso. Pero hay un problema... ese esposo tiene una madre celosa y dominante. ¿Cree Ud. Rosario que la mujer debería separarse de tan buen esposo solo por las molestias que le acarrea su suegra?.
– No, no parece que deban divorciarse solo por culpa de la suegra.
– Como Ud. dice Rosario, parece lógico que esa señora no abandone a un esposo tan bueno solo por la suegra. Sobre todo porque esos “defectos” no son nada del otro mundo y lo más probable es que resulten tolerables o controlables. De lo contrario, quizás fuese difícil encontrar un esposo igual de bueno y quizás hasta se involucre con algún sujeto cuya madre tenga… ¡defectos peores!

Rosario sonríe y me queda claro que va entendiendo el mensaje.

– Pues fíjese usted Rosario, el «marido bueno» de este cuento representa al medicamento que usted ha estado tomando y que tanto bien le ha estado haciendo pero la suegra representa el efecto secundario, o sea, su inflamación en los tobillos. Tal efecto es común, nada peligroso y podría ser perfectamente tolerable dado el enorme beneficio que para usted reporta el medicamento. Ahora dígame Rosario: ¿todavía quiere abandonar el Amlodipino?
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NOTA: Artículo originalmente publicado en el blog: Ethos&Technos del Dr. Aldo Miguel Santos, Especialista de Cardiología, fundador de CARDIUM y colaborador de Medicina Explicada.
E-mail: expliquemedoc@gmail.com
https://medicablogs.diariomedico.com/…/…/22/mis-fabulas-y-pa…fecto-secundario/

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